Selene, la inconstante compañera de nuestras noches, no es poca cosa: es el satélite más grande del Sistema Solar en relación al tamaño de su planeta (hay astrónomos que hablan de un sistema binario de planetas). Rota alrededor de la Tierra de forma tal que siempre nos enseña la misma cara, llamándose rotación síncrona a este fenómeno. La influencia gravitatoria de la Luna es muy importante en nuestro planeta, ya que de ella dependen, por ejemplo, las mareas.
Nuestro satélite tiene una edad de unos 4500 millones de años, estando aún en discusión su origen: algunas teorías sostienen que se formó al mismo tiempo que la Tierra, otras que es un fragmento de nuestro planeta expulsado por la fuerza centrífuga, y una tercera que habla de un impacto de otro planeta contra la Tierra primitiva, que la habría desgajado.
El 13 de noviembre del 2009, la NASA, en contra de todo lo que se había creído hasta ese momento, confirmó la presencia de agua en la luna. También, al revés de lo que se suele afirmar, la Luna posee algo de atmósfera, si bien esta es prácticamente inexistente, debido a que la gravedad lunar es demasiado débil para retenerla. Está compuesta de helio, argón, helio y potasio. Su superficie, aunque a primera vista parezca lo contrario, es bastante oscura y cubierta de un polvillo fino de la consistencia del talco y con un olor que a los astronautas del Apollo les recordó la pólvora, a esta superficie se la llama regolito. Las manchas que vemos en su superficie son los llamados mares, recibiendo nombres en latín, pero lejos de ser mares son inmensas llanuras cuajadas de impactos meteoríticos y cordilleras.
Nuestra bella compañera ha sido visitada a menudo por los artefactos y la presencia humanos: desde el Lunahod ruso hasta el Apollo 11 norteamericano y sus sucesoras. España tuvo un papel destacado en el programa Apollo, ya que las instalaciones de radio de Robledo de Chabela, en Madrid, fueron un enlace vital de radiocomunicaciones durante todas las misiones.