Nuestro sol es una estrella de las llamadas enanas amarillas. Es de mediana edad, ya que cuenta más o menos (día arriba, día abajo) con unos 5.000 millones de años. Son estrellas estables y bonachonas, no explotan ni hacen cosas raras, ya que de lo contrario no estaríamos aquí. Se formó como todas, cuando una masa de hidrógeno comenzó a contraerse bajo la acción de la gravedad. Llegado a un punto crítico, la enorme presión y el calor comenzaron un proceso que conocemos bien, desafortunadamente: la fusión nuclear (digo desafortunadamente porque es el principio de la bomba de hidrógeno o termonuclear). Por medio de este proceso, el hidrógeno se fusiona, produciendo helio. Pero en este proceso, hay un exceso de energía, que se libera… ¿cómo? En forma de radiaciones, entre ellas dos que nos vienen particularmente bien: luz y calor.
Pues bien, nuestra vieja y querida estrella está en una esplendorosa madurez… pero nada es para siempre. El Sol, como todo, morirá. No será a lo bestia, en plan supernova, pero será espectacular, y sellará el destino de la Tierra, nuestro querido planeta. Algún día muy remoto, unos 4.500-5.000 millones de años, como todo lo bueno, el hidrógeno del Sol se acabará. ¿Y entonces qué? Pues que las reacciones termonucleares seguirán, pero esta vez “quemando” helio. Pero hay un pequeño problema: quemar helio no es tan eficiente como quemar hidrógeno. Hace falta más energía… y naturalmente, también el helio terminará acabándose, con lo cual el combustible pasará a ser otro… en cada una de estas transiciones, hace falta más y más energía, y como la “combustión” es menos eficiente, la gravedad va haciendo que la masa del Sol se reduzca. Pongamos un ejemplo: una hoguera hecha con leña seca (el hidrógeno) arde perfectamente… si cuando se acaba la madera seca echamos leña mojada (helio), seguirá ardiendo, pero peor, necesitaremos más energía para quemarla… y cuando se acabe, leña verde… y así sucesivamente. Pero esta progresión no es infinita. Y hay otro problema: al pasar a quemar helio, el núcleo del Sol se contraerá, pero sus capas externas no, sino más bien al contrario: se expandirán. Nuestra estrella ya no será una enana amarilla, sino que lentamente se irá convirtiendo en gigante roja. ¿Y qué? El rojo es bonito. Pero… siempre hay un pero. Gigante quiere decir… exactamente eso. Gigante. XXL. En su crecimiento, el Sol engullirá a Mercurio, Venus y casi con seguridad la Tierra y la Luna. Bye bye planeta.
Naturalmente, mucho antes de que esto ocurra, la vida en nuestro planeta habrá tocado a su fin: la radiación y el calor habrán desecado los océanos y nuestro bello planeta azul será una bola requemada. Pero el Sol seguirá su curso… experimentará contracciones y expansiones más o menos violentas, y eventualmente cambiará otra vez su estado, pasando a ser una enana blanca (para hacernos una idea, será una estrella del tamaño de la Tierra), expulsando las capas exteriores al espacio en forma de nebulosa planetaria (unas bellas nubes de gas de forma esférica). Lenta, muy lentamente, en un proceso que puede durar 15.000 millones de años (la edad actual del Universo) se irá apagando y enfriando, hasta que sólo quede un residuo negro, muerto y apagado: una enana negra. Todo esto puede sonar deprimente, pero es el ciclo que absolutamente todo sigue. Y nos invita a disfrutar de la vida, el calor y la luz ahora que las tenemos.