Comenzamos la serie sobre el sistema solar. Nuestra estrella, el Sol, quedará para el final. Comenzaremos por los planetas, desde el centro hacia afuera, así que comenzamos por Mercurio. Es el planeta más pequeño, y forma parte de la familia de los planetas interiores o rocosos (Mercurio, Venus, Tierra y Marte). No tiene satélites, y es un planeta extremadamente difícil de observar debido a su cercanía al Sol (en ocasiones puede vérselo justo después del atardecer o justo antes del amanecer). Se supone que este pequeño tiene un núcleo de hierro de gran tamaño, lo cual explicaría su alta densidad (es el segundo planeta con más densidad del Sistema Solar).
La superficie recuerda un tanto a la de la Luna, acribillada de impactos meteoríticos, los cuales tuvieron que ser increíblemente frecuentes en la primera fase de su formación, dando origen a volcanes (lo cual explica llanuras de lava solidificada). Da fe de esta violencia la cuenca de Caloris, un cráter de impacto de 1550 kilómetros de diámetro, una de las mayores del Sistema Solar.
Las temperaturas son extremas: oscilan entre 350º y -170º, contribuyendo estas variaciones a la peculiar forma arrugada de la corteza. Por otro lado, un año mercuriano dura sólo 88 días, con lo cual cumpliríamos más años, pero éste no es el único fenómeno extraño para nosotros: en algunos puntos de su superficie, por efectos físicos relacionados con la rotación del planeta, podríamos ver los llamados "amaneceres dobles": el Sol saldría, aparentaría detenerse, volvería hacia atrás y luego volvería a salir para reanudar su camino.
Este planeta fue conocido ya desde la antigüedad, siendo descrito por sumerios y babilonios; los griegos lo llamaban Apolo cuando se veía por la mañana y Hermes (mensajero de los dioses) en la observación vespertina, aunque sabían que se trataba del mismo astro. Fue estudiado en profundidad por la sonda Mariner 10, y la Messenger entrará en su órbita el 18 de marzo de este año.
